Ha llovido mucho desde los primeros dispositivos de almacenamiento de información. Si echamos la vista atrás, recordaremos las antiguas tarjetas perforadas que Herman Hollerith utilizó en 1890 para realizar el censo de los EEUU.

Esas tarjetas perforadas fueron la panacea durante muy poco tiempo, pues se dieron cuenta que el acceso a los datos era lento al ser secuencial y también que la caída de un cajón de tarjetas al suelo significaba tener que ordenarlas otra vez, es decir, perder un tiempo precioso pues había que leer el contenido de cada una y apuntar su posición para finalmente clasificarlas en orden.

Se intentó solucionar este problema creando la cinta perforada que no era otra cosa que un rollo como los de papel de water con una tarjeta tras otra, por lo que si se caía el rollo al suelo, al menos no había que clasificar todas las fichas, sino simplemente enrollar el papel al canutillo central.

Los problemas que no se resolvieron con estos dispositivos fueron los efectos que los agentes atmosféricos producían sobre ellos, es decir, la humedad, el agua, el calor, el frío, … Todos sabemos que el papel no reacciona bien frente a estos agentes.

Otro gran problema era el enorme espacio que ocupaba. El binomio espacio/capacidad era muy mejorable. Si añadimos a esto el lento acceso secuencial que tenía pues ya tenemos los elementos necesarios para que los científicos dieran un paso adelante con la creación de los sistemas magnéticos.

Para aclarar términos, el acceso secuencial significa que para acceder a una información concreta que estaba al final del rollo, había que pasar por toda la información anterior, por lo que el proceso se ralentizaba eternamente y había que ir probando por prueba y error hasta dar con el punto concreto de la cinta en la que estaba la información que nos interesaba. Las tarjetas y las cintas perforadas eran de acceso secuencial, por tanto, muy lentas.

Los sistemas magnéticos de almacenamiento arreglaron este problema, utilizando una técnica que conseguía un acceso aleatorio o directo a cualquier parte del disco magnético que contenía la información.

El disco magnético se fue perfeccionando con el paso del tiempo, llegando finalmente al tambor magnético. Dispositivo que contenía varios discos y multiplicaba así a capacidad de almacenaje.

Con la aparición del IBM PC y la informática doméstica, aparecieron otros dispositivos magnéticos especialmente diseñados para este tipo de hardware, mucho menos potentes que las computadoras de las universidades y centros de cálculo, pero que permitían a la gente de a pie tener un equipo propio en casa y poder aprender ese nuevo y fascinante mundo que fue la Informática y asimismo grabar la información con la que trabajaban en un soporte.

Estos nuevos soportes magnéticos fueron los disquettes o discos flexibles y las cintas de cassette y derivados.

Cabe recordar que un ordenador sin un sistema operativo que lo controle, no es nada. Simplemente un objeto decorativo. Por tanto, al arrancar el PC, el ordenador leía el contenido del disquette de la disquetera -que era el sistema operativo- y si no lograba hacerlo, la pantalla se quedaba en negro y congelada y el ordenador no podía funcionar. Hoy en día, el S.O. (Operating System) ya viene instalado en el disco duro que se incluye en todos los equipos, si no fuera así, el ordenador no arrancaría.

En la informática doméstica, que pegó fuerte en los 80 y 90 con equipos como los Commodere 64, ZX Spectrum, Amiga, Atari ST, Dragon, MSX, … se aprovechó un tipo de dispositivo magnético que ya existía en el panorama de ocio, la cinta de cassette. Gracias a ello, los miniordenadores fueron entrando poco a poco pero con paso firme en nuestros domicilios, sorprendiendo a propios y extraños de las maravillas que estos aparatos podían proporcionarnos. Fue el comienzo de la era informática en los hogares.

Las habitaciones de los fanáticos de los ordenadores de la época se llenaban de cientos y cientos de cintas de cassette, no ya con música sino con información y programas grabados. Y el reproductor de cassette que se conectaba al ordenador para pasar la información a la memoria echaba humo de tanto usarlo. Era acceso secuencial y eso significaba estar muchísimo tiempo cargando programas.

Los fabricantes de estos miniordenadores desarrollaron hardware específico para que sus productos dispusieran de mayor capacidad de grabación, y así aparecieron cintas magnéticas especiales, microdrives y demás ingenios basados en la cinta de cassette de música de toda la vida.

Mención especial para el bolígrafo marca BIC que tantas y tantas cintas de cassette ha enrollado a lo largo de su existencia.

Por su parte, los equipos más avanzados, ordenadores IBM PC y compatibles, todavía de precio muy elevado, disponían de una bahía de disquettes en su base y tenían la posibilidad de conectar disqueteras externas a través de un cable.

Al tiempo apareció el disco duro o hard disc de toda la vida. De gran capacidad y muy rápido pero de precio prohibitivo para el usuario particular. En unos años, el HD empezó a integrarse en las placas base de los ordenadores hasta que su uso se generalizo y ya se vendían los PC con HD y disquetera incluidos.

1984 irrumpe en el panorama informática de consumo el CD-ROM, un dispositivo óptico de almacenaje de información con una enorme capacidad y rapidez de lectura/escritura de datos.

Le seguirían sus derivados, los DVD y al tiempo los Blue Ray, ambos apoyados por la industria cinematográfica que editaban las novedades en estos novedosos formatos porque los sistemas de vídeo -VHS, BETAMAX y VIDEO 2000- ya habían perdido la batalla ante unos competidores que los ridiculizaban en todos los aspectos.

Por otra parte, los discos duros también evolucionaron llegándose a la creación de los discos duros SSD, mucho más livianos y rápidos que los tradicionales.

¡Bienvenidos SSD a nuestras vidas!, porque nos habéis traído la velocidad aunque ya no podamos utilizaros como arma arrojadiza, tal como hacíamos con los hard disc de toda la vida.

Los pendrives o pinchos USB tiene su origen a finales de los 90, cerca del año 2000, y han ido evolucionando mucho a lo largo de estas décadas, teniendo un espacio enorme al alcance de cualquier mano y bolsillo. Disfrutad con este vídeo que nos explica los orígenes del pendrive.

 

 

No están todos los que son, pero son todos los que están. Han quedado muchos dispositivos en el tintero pues habría que explicar y citar infinidad de formatos de tarjetas de memoria que han ido apareciendo gracias al auge de la fotografía digital, por ejemplo.

En este otro vídeo vamos a poder ver en acción estos antiguos dispositivos de almacenamiento.

Ahora ya sabemos qué dispositivos se han venido utilizando desde el comienzo de la informática para grabar datos. ahora toca saber que unidades vamos a utilizar para contabilizar la cantidad de datos que cabe en cada formato de almacenamiento.

Debe entenderse que ha pasado muchísimo tiempo entre las primeras tarjetas perforadas y los discos SSD, por lo que la diferencia de capacidad va a ser enorme, gigantesca, incomparable, casi insultante en todos los casos. Pero así nos haremos una idea muy acertada de cómo ha ido evolucionando la capacidad de estos dispositivos y la implicación de la tecnología en este proceso.

Si tenemos 5 minutos y una calculadora vamos a jugar con ella y obtendremos resultados muy sorprendentes. Para ello, partamos de un curioso dato que he buscado y mira por donde, he encontrado en la red:

los caracteres que tiene el Quijote

Resulta que tiene 2.034.611 caracteres. Agarramos la calculadora y manos a la obra.

Necesitaríamos 25433 tarjetas perforadas, 5 disquettes de 5 1/4» o 2 de 3 1/2» para tener todo un Quijote codificado. Pero si vamos a una memoria USB de 64 Gb vemos que puede contener 33775 Quijotes completos o un disco SSD de 5 Terabytes, la friolera de 2.702.019 Quijotes completos.

Estos cálculos son aproximados y tirando muy por lo bajo, porque utilizando los sistemas de compresión actuales como zip o 7z, esas cifras se podrían duplicar o triplicar incluso.